Casa Xitla, el ombligo de México – Jelson Oliveira

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¿Qué es una casa? Heidegger escribió que es protección para ser lanzado al mundo, cuyo fundamento es la deuda existencial de la nada, llena de posibilidades. Así pues, casa es dilema, y elige ser serena protección ante lo abierto. Casa es resguardo. Pero no el edificio, porque “casa” es un nombre concreto para algo abstracto que, por llamarlo de algún modo, es encuentro. La casa se hace de abrazos, de noches de conversación, de lugar de sueños que se derraman por las ventanas en la mañana, en forma de flores, esas cifras coloridas del cielo que la naturaleza proporciona a nuestros ojos y que para sobrevivir a la oscuridad, las personas llevan en su bolsa. Casa es la experiencia de la infancia, la memoria de lo que fuimos y el compromiso de lo que queremos ser, en este momento, mañana, el próximo año. Al final, casa es proyecto de ser.

Casa es adonde las personas vuelven después que el sueño extiende el límite de lo posible, casa es puerto. Pero la vida, no. La vida es viaje, campo desconocido, incógnita indecible, otra vida, la otra vida. Vida es otra cosa que casa. La vida —que es también el mundo— es donde está la casa, es el lugar de la casa. El mundo, desorienta. La casa, por ser encuentro, reorganiza. Pero para volver, hay que partir, como para reencontrar, hay que perder. Sólo regresa al puerto, quien vivió en el mar. Y en el mar, ah… en el mar, mi hermano, el buen marinero se hace en la tormenta. Estar en casa es poder decir: ¡sobreviví!

Ningún lugar me hizo entender eso, tan bien, como Casa Xitla. Plantada en el corazón de la Ciudad de México, rodeada de calles estrechas y de la prisa de los descuidados, Xitla es un oasis. No es que ofrezca sus delicias. Pero a quien vuelve (porque ya partió) para su comodidad, derrama sobre la mesa, entre las tortillas y el mezcal, lo que los ojos recogerán como alimento del alma. En Xitla se resume el mundo por la donación de sus habitantes. Xitla es territorio de energías tan antiguas como el agua y el amor, la danza y el silencio, la raíz y el abrazo, que allí crecen sin vergüenza. Por eso Xitla misma se define como una “emoción”. Por eso dice: quien está allí, no reside en una casa, vive en los sentimientos.

Xitla viene del náhuatl xictli, que significa ombligo. Marca fisiológica de nuestras viejas pertenencias, el ombligo es el núcleo principal, el apoyo, la memoria carnal de nuestros predecesores. El ombligo es una cicatriz sin derecho a fianza, eterna marca de nuestra intimidad más arraigada, del tiempo mismo cuando estábamos en la raíz con vínculos de amores primitivos, cuando no era la hora de partir. Xitla, siendo ombligo, es lugar de renacimientos. Allí se reencuentran las ligaduras. Pero se parte de nuevo, como quien sigue, viajero, el camino del sol. Hijo que parte, amante que viaja, anhelo presente. Xitla es una gran energía de muchos grados de acción. Ombligo de remolino. El otro nombre de Xitla es inspiración.

Y como partir es recomenzar, Xitla rejuvenece desde el ombligo. Viene de dentro, ¿sabes? Comienza del interior, de la esencia, de la profundidad. Se desarrolla sobre el filo verde de su emblema, circular, indicando un camino para el que entra, otro para el que se va, el mismo para los dos, dos entre los verdes. Como ombligo, Xitla es un encuentro íntimo. El mismo círculo no está cerrado. Como en Teotihuacán, Xitla conserva una pirámide del Sol y otra de la Luna en forma de puertas mitológicas. Y dentro de ellas, estrellas titilantes con muchos nombres inspiradores que bautizan sus salas. Xitla es Lekil Kuxlejal, dicen sus residentes. En tseltal de los Altos de Chiapas, esto significa lugar de armonía, de orden, de unión, de integración entre el individuo, la comunidad y la naturaleza. Como lugar de convergencia, Xitla tiene vocación de parturienta. Lo que ella da a luz viene unido con la miel que el tiempo no corroe y que, en la lengua de los hombres se llama amistad, y en la lengua de las flores, néctar; dos maneras de inmortalidad. Sí, Xitla también es un jardín de Epicuro.

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